viernes, 18 de junio de 2010

RAQUEL

     Serenidad.
     Sí, esa era la palabra justa para definir el estado de ánimo que la había llevado a tomar aquella decisión. Por fin Raquel había logrado encontrar la paz en su interior, aunque para ello hubiese tenido que renunciar a una parte importante de su propio ser.
     Apenas un mísero rescoldo, ascua imperceptible del fuego de aquel tiempo que —hoy podía estar segura de ello—, definitivamente, había pasado a formar parte de una etapa ya superada. Comenzaba un nuevo tiempo —Sí, seguro que también se podía nacer después de los cuarenta—. Siempre hay segundas oportunidades cuando se trata de luchar por hacer realidad viejos sueños. Y, de sueños, de deseos, de objetivos incumplidos, la pasada vida de Raquel había estado plagada; rebosante de proyectos por cumplir o a medio terminar pero ya no más, nunca más. Sonrió al recordar el viejo tópico tantas veces oído: “hoy es el primer día del resto de tu vida”, y eso era lo que lograría con la luz de este nuevo día, al fin había hallado el camino a seguir.
     Raquel cogió su bolsa de viaje con solo lo necesario. No le costó mucho dejar atrás todos aquellos objetos que había ido acumulando a los largo de esos años: cosas carentes ya del significado que un día pudieron haber tenido y que hoy no encontraban hueco en su nuevo ser. Mientras caminaba por la aún desierta calle fue dejando atrás, uno por uno, todos los hirientes fragmentos del periodo consumado: tiempo durante el cual hubo momentos en que pensó que era feliz, que aquel era su lugar, que aquella podía ser su vida. Así dejó resbalar a lo largo de todo su cuerpo, desde su cabeza hasta el asfalto, el día en que lo conoció y todos los bellos momentos vividos: la boda, la nueva casa y los hijos que pensaron tener y que nunca llegaron —Sí, era cierto que había sido por culpa de ella—: A pesar de que al principio los buscaron con ilusión, el hecho de no haberlos tenido no se debió a ningún desorden de su cuerpo, pero sí, había sido ella y solo ella la que había hecho todo lo posible por no traerlos a este mundo, a ese mundo, a aquel mundo; ¿cómo podía condenarles a ello?: A todo lo que fue aflorando con el trascurso de los días de convivencia junto a aquel monstruo en constante transformación: el egoísmo, los gritos, las borracheras, las continuas peleas; su pasiva dejadez, las mentiras y traiciones; las palizas, los huesos rotos y moratones. Todo ello fue quedando tras sus pasos, abandonado, como un intenso reguero de máculas estridentes. Mientras, la mano derecha palpaba delicadamente su piel desde uno de sus hombros hasta el pecho y, ahogando un quejido que pugnaba por brotar, lloró: pero tan solo una lágrima recorrió su mejilla, sólo una y no más, ni una sola más, no por él. Él, durante un instante Raquel volvió la vista atrás, hacia la fachada del familiar edificio que había sido su prisión, ¿qué pensaría cuando llegase a la casa y la encontrara vacía?, ¿qué haría? No importaba, ya no. Ella había tomado su decisión y no quedaba marcha atrás. No más decepciones ni falsas esperanzas. Ya no. Ahora sería ella. Una nueva Raquel. Sin obligaciones ni lazos de ningún tipo que la ligasen a nadie. Por fin había aprendido a quererse a sí misma. No le había quedado más remedio que aprenderlo —¡a fuerza de palos!—. Una vaga sonrisa moldeó sus labios: apenas una mueca velada por el fantasma del dolor enraizado en su interior, pero sólo un fantasma ya al fin y al cabo, un fantasma que la empujaba a seguir adelante, a salir de allí en cuerpo y alma. Completa al fin.
     Atrás quedaban la casa, la calle y el despojo de secuencias vividas; todas las perplejidades y arbitrariedades que habían embotado su cabeza, y la bestia de la peor de sus pesadillas. Delante la amplitud de un nuevo horizonte y la sobriedad de sus pretensiones futuras. Jamás volvería a dejar que el mundo la absorbiese. Desde este mismo instante dejaría fluir libremente su alegría de vivir, y vivir era lo que más quería. La aguardaba todo un mundo de confraternidad y amor. Sí, delante se abría un nuevo marco donde esperaba su vida: el desenlace final tal vez, pero con toda seguridad el nuevo comienzo.

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