miércoles, 16 de junio de 2010

DÍA DE PESCA

     Aquella mañana Adrián se levantó temprano, antes de clarear el día.
     Siempre le costaba trabajo dejar de la cama para acudir al trabajo. Pero no cuando lo hacía para ir de pesca. Esos días, siempre se despertaba pronto y tomaba café a toda prisa, deseoso de estar junto al mar. Como es el caso del día que nos concierne.
     Como iba diciendo. Ese día, Adrián se levantó muy temprano. Quería llegar a la playa antes de que amaneciese, para así aprovechar las primeras luces de la mañana, las horas más propicias para capturar un buen pez. Cogió la caña y su bolsa con los aparejos, terminó de tomarse el café recién preparado, abrió la puerta y se sumió en la fría bruma callejera. Por el camino iba pensando que ese sería “el día”. Traería un buen pescado a casa y así dejarían todos de burlarse de él.

     ¡Si, hoy tendría suerte!
     Ya ni recordaba la última vez que había sacado un pescado. A pesar de que iba de pesca siempre que podía. Al menos una o dos veces por semana pasaba, más o menos, unas tres horas en la playa, intentándolo; bien en un puesto fijo o andando por la orilla, lanzando aquí y allá, esperando la picada. Sí, eso era lo que deseaba: Sentir una buena picada y luchar con el pez en un emocionante tira y jala hasta sacarlo del agua; si lo conseguía. Pero bueno, en caso de que no fuese así al menos pasaba un buen rato de paz y tranquilidad, en armonía con la naturaleza. Y eso también valía.

     Una vez dispuesto, desde la orilla, con el agua por encima de las rodillas, lanzó el sedal, una y otra vez a la rompiente de las olas, y una y otra vez éstas le devolvieron el señuelo entre la resplandeciente espuma. Hasta aquella ocasión: Recogía el hilo lentamente, devolviéndolo, vuelta a vuelta, a su lugar en la bobina del carrete, cuando notó la picada y comenzó a traer al pez fuera del agua hasta dejarlo varado en la arena. Tomó en su mano a la diminuta lubina y la libró con cuidado del anzuelo. Entonces ocurrió. Adrián oyó como el pez le decía:
     —Libérame, por favor. Devuélveme al agua, mi mamá debe estar preocupada buscándome.
     El chico no lo pensó dos veces, con suavidad lo depositó en el agua y con una sonrisa observó como el pececillo aleteaba, impulsándose contra la corriente, hacia aguas más profundas. Nuevamente comenzó a lanzar el sedal con recobrado brío, ora aquí, ora allá, mientras se preguntaba si de verdad había oído hablar al pequeño pez, o si, por el contrario, aquella voz no habría sido producto de su imaginación. Al cuarto, o quizás, al quinto o sexto lance, el nilón se tensó y la caña se arqueó ostensiblemente, haciendo patente su sensible finura: un nuevo pez había mordido el anzuelo. Y esta vez no era ningún inmaduro. Adrián prosiguió recogiendo hilo, contrarrestando los empellones del propio animal, con el empuje de las olas; recogiendo y soltando carrete en un tenso tira y afloja, hasta que, por fin, tras superar el fuerte reflujo de la corriente, consiguió traerlo hasta sus pies. Era una hermosa lubina que debía pesar al menos tres kilos, a la que le costó gran trabajo y maña asir con seguridad; tenía que hacerlo con una sola mano para, con la otra, poder sacarle el anzuelo de la enorme boca. Entretanto, el robalo no dejaba, ni por un momento, de combatir contra su apresamiento: retorciendo con rudeza la cola y erizando continuamente su punzante aleta dorsal, con el consiguiente peligro para la mano del pescador. Y, cuando éste hubo conseguido el dominio de la situación, volvió a ocurrir. Aunque Adrián no pudo ver articulación alguna de la boca de su presa sí pudo oír la voz que le decía:
     —Por favor, libérame. Devuélveme al mar, pues mis hijos están solos y aún son muy pequeños.
     Adrián contempló los cristalinos reflejos en los ojos del pez y encontró su propia imagen reflejada en ellos. Sin titubear ni un momento lo llevó hasta la misma orilla y, al contacto con la espuma en la rompiente, lo dejó escurrirse de las palmas de sus manos. Así vio como se alejaba mar adentro “el pez de su vida”.
     Después de unos momentos de reflexión, tras tomar una bocanada de aire puro, recogió la caña y la bolsa, y emprendió el camino de regreso a casa.
     —Bueno, mañana será otro día.
     Y se puso a entonar una de sus canciones favoritas.

2 comentarios:

  1. TUS PASEOS POR LA PLAYA SE MERECÍAN EL TEXTO.
    MUY BUENO.sI ALGUN DIA DECIDES QUEDARTE CON ALGÚN PEZ QUE SEPAS QUE PUEDES COMPARTIRLO.

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  2. mañana voy de pesca de +

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